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MOLLY, LA MUÑECA BLANCA

Hoy por hoy en nuestro país sentimos y oímos infinidad de estilos musicales, el más popular es la cumbia. En la cumbia encontramos personajes de todos los tipos pero hay uno en especial que tiene nombre de caricatura o de muñeco, el Pepo.

Este muñeco a sus 14 años conoció a una chica, Molly. Era tan blanca como la nieve y dulce como el azúcar. Todo comenzó como un flechazo, pasaba sus días esperando el fin de semana, para poder encontrase con ella. Con el paso del tiempo, se veían cada vez más seguido, y el amor comenzó a convertirse en necesidad. Necesitaba de su compañía todo el tiempo, para realizar todas sus actividades. Y de esta forma, Molly logró meterse por debajo de sus telas, apretando todas sus costuras y colocando hilos en sus manos, convirtiéndolo en su marioneta.

De esta forma, Pepo dejó de tener el control sobre sí mismo, estaba enamorado. Y el amor, ciega. Su relación comenzó a volverse enfermiza, Molly le pegaba, pegaba fuerte y lo dejaba adormecido, lo privaba de todos sus sentidos, para luego irse. Pero nunca se marchaba del todo, era una lejanía superficial que lo único que lograba era mostrar como el Pepo había desarrollado una dependencia hacia su magia blanca. Una magia que cegaba y fascinaba, nadie podía entender su relación, tan devota por parte del Pepo, ella era su reina.

Sin embargo, esta magia tenía un precio, botones. Al comienzo, Pepo le pagaba con los suyos, arrancándolos de su cuerpo sin darle importancia el dolor que esto le provocaba. Aunque con el tiempo se fue quedando sin botones, y la idea de alejarse de Molly lo asustaba, lo paralizaba y controlaba. De esta forma comenzó a buscarlos por todas partes, y se los quitaba a su familia mientras estos dormían, se los arrancaba de un tirón, sin preocuparse por el dolor que les causaba a estos.

Él ya no podía pagar la compañía de Molly, y ella no daba treguas, hasta que lo encerró en su propio mundo, lo privó de toda libertad, y casi lo deja sin vida.

Pero no todas las muñecas son Molly. Un día Pepo conoció a la muñeca Musa. Y así, de a poco, comenzó a escribir una nueva canción, la canción de su vida. Cambió las oscuras manchas de tinta que habían quedado impregnadas en sus pentagramas por nuevas notas musicales, cargadas de vida y ganas de ser libre, libre del infierno blanco en el cuál Molly lo había dejado. Comenzó a re-coser sus costuras dañadas, cerró todos sus huecos y cortó los hilos que lo unían con Molly. Descosió de su espalda la pesada mochila que el mismo se había puesto tras su devoción por su reina. Y aunque hoy en día por razones obvias no se lo pueden considerar un “Ken”, claramente es una versión mejorada con una Musa bajo el brazo.

MADRE CATALINA
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